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Arturo Corcuera
Poeta peruano
En efecto. procura un enorme gozo perder el tiempo, pero perderlo bien. Es decir, saber ganarlo.
Neruda se jactaba de haber perdido el tiempo, días enteros, con Paul Eluard ese otro poeta adicto al placer poético de delipidar el tiempo terrenal, como diría Belli.
Si los poetas contaran la verdad -escribe Neruda en sus memorias- lanzaría el secreto, no hay nada más hermoso que perder el tiempo. Tal vez André Bretón pensaba lo mismo, al considerar al trabajo como una pérdida de tiempo. De nada sirve estar vivo -subrayaba- si es necesario trabajar.
Cuando fui empleado del ministerio en los años de mi juventud florida, a manera de tema puse el texto de Bretón, en la pared enmarcado junto a mi escritorio. A los pocos minutos el director lo mandó sacar. No sabía mi jefe nada de el reloj de los poetas, de el ocio creador que alienta a esta especie rara de mamíferos que la economía de mercado intenta extinguir.
Tal vez por eso,y en homenaje suyo, se cosntruyó en Paris colocado en la torre de una tienda de piedras preciosas, en pleno centro de la ciudad, una maquinaria de alta fidelidad, bautizada por los parisinos como El reloj de los poetas. Es creación de un eminente físico francés que tuvo a su mando a los más notables mecánicos de relojería.
El funcionamiento del reloj se inspira en las elepsidras griegas que fragmentaban el tiempo en función de agua (desde entonces para los poetas el tiempo no vuela sino gotea). Fue ese reloj instalado en 1979 precisamente el año más largo de nuestras vidas.
Según El Real Observatorio de Greenwich ese año se prolongó un segundo el último minuto, compensando desajustes por irregularidades en la velicidad de rotación de la tierra en torno a su eje.
No se imaginan queridos lectores como disfruté (perdiendo el tiempo) aquel
Neruda se jactaba de haber perdido el tiempo, días enteros, con Paul Eluard ese otro poeta adicto al placer poético de delipidar el tiempo terrenal, como diría Belli.
Si los poetas contaran la verdad -escribe Neruda en sus memorias- lanzaría el secreto, no hay nada más hermoso que perder el tiempo. Tal vez André Bretón pensaba lo mismo, al considerar al trabajo como una pérdida de tiempo. De nada sirve estar vivo -subrayaba- si es necesario trabajar.
Cuando fui empleado del ministerio en los años de mi juventud florida, a manera de tema puse el texto de Bretón, en la pared enmarcado junto a mi escritorio. A los pocos minutos el director lo mandó sacar. No sabía mi jefe nada de el reloj de los poetas, de el ocio creador que alienta a esta especie rara de mamíferos que la economía de mercado intenta extinguir.
Tal vez por eso,y en homenaje suyo, se cosntruyó en Paris colocado en la torre de una tienda de piedras preciosas, en pleno centro de la ciudad, una maquinaria de alta fidelidad, bautizada por los parisinos como El reloj de los poetas. Es creación de un eminente físico francés que tuvo a su mando a los más notables mecánicos de relojería.
El funcionamiento del reloj se inspira en las elepsidras griegas que fragmentaban el tiempo en función de agua (desde entonces para los poetas el tiempo no vuela sino gotea). Fue ese reloj instalado en 1979 precisamente el año más largo de nuestras vidas.
Según El Real Observatorio de Greenwich ese año se prolongó un segundo el último minuto, compensando desajustes por irregularidades en la velicidad de rotación de la tierra en torno a su eje.
No se imaginan queridos lectores como disfruté (perdiendo el tiempo) aquel
bienvenido segundo más de vida.
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